miércoles, 14 de agosto de 2013

Un acto de amor.

“El amor vuelve idiotas a los hombres”, escuchó decir al sujeto de camisa negra. No estaba seguro si era el mismo que días antes había visto en el estacionamiento del edificio, así que agudizó el oído, tratando de escuchar la conversación que sostenía con el encargado del bar. Dio un pequeño sorbo a la copa de vino y oyó con atención.

- ¿Por qué dices eso?
- Solo un hombre enamorado sería capaz de... semejante acto. Además, todos sabíamos que ellos llevaban una amistad ya de muchos años, y no es raro que hayan terminado en una relación más íntima. Y bueno, finalmente, ya vimos en qué terminó todo. Los dos eran… lo que se dice "muy intensos".

El encargado miró atentamente, tratando de leer algo más en la mirada de aquel hombre que, era evidente, conocía mucho a la pareja en cuestión.

Martínez probó nuevamente su copa de vino y, antes de ponerla sobre la mesa, vio por fin el rostro del sujeto de negro. Era el mismo al que días antes había visto salir del edificio donde Mónica tenía su departamento.

Hasta el momento, todo indicaba que se había tratado de un suicidio, pero Martínez sabía que en los elementos de juicio con los que estaba por cerrarse el caso había un hueco, o quizá varios. 
Para su sorpresa, el hombre de camisa negra se puso de pie, dispuesto a abandonar el lugar. Supo que era el momento indicado para abordarlo, presentarse y hacerle un par de preguntas. 

“A usted lo estaba esperando”, le dijo el hombre a Martínez, después de que este le mostró sus identificaciones. “Siempre quise comprobar si en la vida real también existía el héroe que, por pensar más allá que los demás, terminaba por… digamos ‘salvar al mundo’", ironizó.

Roberto García Hernández -de 29 años- acompañó a Martínez hacia el Departamento de Policía, donde se llevaba a cabo la investigación del asesinato de un joven. Contestó las preguntas que el agente le hizo, y fue arrestado por confesar haber sido el autor intelectual y material del crimen.  Se había enamorado con locura de Mónica y no soportó la idea de que ella fuera feliz con alguien más; no soportó que después de tantos intentos de conquistarla, ella nunca correspondiera a sus sentimientos, y luego de acabar con la vida de su pareja, quiso jugar con las autoridades.

Ya no le importaba perder su libertad; qué más daba, si nunca podría tener a Mónica: se había suicidado horas después de la muerte de su amado. 

"El amor vuelve idiotas a los hombres", recordó Martínez, al ver a Roberto recibiendo su sentencia.  Miró hacia la nada, y pensó en que -tal vez- él no tenía realmente una idea de todo lo que alguien puede hacer por amor. 

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