“El amor vuelve idiotas a los hombres”, escuchó
decir al sujeto de camisa negra. No estaba seguro si era el mismo que días
antes había visto en el estacionamiento del edificio, así que agudizó el oído,
tratando de escuchar la conversación que sostenía con el encargado del
bar. Dio un pequeño sorbo a la copa de vino y oyó con atención.
- ¿Por qué dices eso?
- Solo un hombre enamorado sería capaz
de... semejante acto. Además, todos sabíamos que ellos llevaban una amistad ya
de muchos años, y no es raro que hayan terminado en una relación más íntima. Y
bueno, finalmente, ya vimos en qué terminó todo. Los dos eran… lo que se dice
"muy intensos".
El encargado miró atentamente, tratando de
leer algo más en la mirada de aquel hombre que, era evidente, conocía mucho a la
pareja en cuestión.
Martínez probó nuevamente su copa de vino
y, antes de ponerla sobre la mesa, vio por fin el rostro del sujeto de negro.
Era el mismo al que días antes había visto salir del edificio donde Mónica
tenía su departamento.
Hasta el momento, todo indicaba que se
había tratado de un suicidio, pero Martínez sabía que en los elementos de
juicio con los que estaba por cerrarse el caso había un hueco, o quizá
varios.
Para su sorpresa, el hombre de camisa
negra se puso de pie, dispuesto a abandonar el lugar. Supo que era el momento
indicado para abordarlo, presentarse y hacerle un par de preguntas.
“A usted lo estaba esperando”, le dijo el
hombre a Martínez, después de que este le mostró sus identificaciones. “Siempre
quise comprobar si en la vida real también existía el héroe que, por pensar más
allá que los demás, terminaba por… digamos ‘salvar al mundo’", ironizó.
Roberto García Hernández -de 29 años-
acompañó a Martínez hacia el Departamento de Policía, donde se llevaba a cabo
la investigación del asesinato de un joven. Contestó las preguntas que el
agente le hizo, y fue arrestado por confesar haber sido el autor intelectual y
material del crimen. Se había enamorado
con locura de Mónica y no soportó la idea de que ella fuera feliz con alguien
más; no soportó que después de tantos intentos de conquistarla, ella nunca correspondiera
a sus sentimientos, y luego de acabar con la vida de su pareja, quiso jugar con
las autoridades.
Ya no le importaba perder su libertad; qué
más daba, si nunca podría tener a Mónica: se había suicidado horas después de
la muerte de su amado.
"El amor vuelve idiotas a los
hombres", recordó Martínez, al ver a Roberto recibiendo su
sentencia. Miró hacia la nada, y pensó en que -tal vez- él no tenía
realmente una idea de todo lo que alguien puede hacer por amor.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario