miércoles, 28 de agosto de 2013

El Bosque

"Estoy jodida y perdida. ¡Qué pésima combinación!", dijo ya desesperada. No tenía manera de comunicarse con nadie y efectivamente no sabía dónde se encontraba. No recordaba nada, simplemente despertó debajo un enorme árbol, como si alguien la hubiera acomodado en ese lugar a propósito.

Llevaba ya una hora caminando sin encontrar a nadie, ni rastros de que cerca hubiera señales de vida. El último recuerdo que tenía era de cuando salió de casa rumbo a su trabajo. Despedirse de su esposo y su hijo. Después de eso todo era muy confuso. Le dolía un poco la cabeza y pensó que quizás la habían golpeado. Estaba ya muy cansada y sentía que de un momento a otro perdería la razón. Se encontraba como en un bosque y por más que analizaba cuál podría ser ese lugar en el que se encontraba, simplemente no hallaba respuesta. Ni rastro del automovil. Supo que tenía que tranquilizarse para volver a analizar bien su situación y a partir de ahí decidir qué hacer, pues ir caminando desesperádamente y sin rumbo fijo no estaba sirviendo de nada.

El lugar estaba lleno de árboles, la mayoría secos. Hacía demasiado calor y ella no vestía precisamente para "la ocasión" pues traía la ropa con la que había salido a trabajar esa mañana. Su reloj marcaba que eran ya casi las 12:30 de la tarde y pronto arreciaría el calor.

Se recargó en un árbol y ya más tranquila se puso a pensar en lo que pudo haber sucedido. Pensó en la posibilidad de un asalto, puesto que sí recordaba haber subido a su coche, pero le parecía curioso que no tuviera en su cuerpo alguna señal de violencia que le indicara que alguien la golpeó o de que ella se haya defendido de alguna agresión. Un choque era la segunda opción más viable. El dolor de cabeza persistía pero no lograba identificar exactamente dónde le dolía. Estaba al borde de las lágrimas.

Ya sentía mucha sed, y con la angustia que sentía, estaba a punto de perder la razón. Se incorporó de nueva cuenta y siguió su camino. De pronto aceleró el paso. Comenzó a correr. Avanzó quizás unos 20 metros porque ya no daba para más. Estaba más cansada mentalmente que físicamente. No dejaba de avanzar. De repente se sintió muy débil y la vista comenzó a nublarse. Le temblaron las piernas, tanto que buscó sostenerse de un árbol y...

- ¿Amor? ¿Qué tienes?

Ana despertó de golpe y respirando agitádamente. Tenía los ojos muy abiertos.

- ¿Tuviste una pesadilla?

- Si, horrible.

- Ya pasó. Todo está bien. Me voy porque se me hace tarde.

- Que te vaya bien. Te amo.

- Te amo.

Al haber salido su esposo de la recámara, Ana se levantó y caminó hacia el peinador. Mirando al espejo, con sorpresa se dio cuenta de que había detrás de ella un ligero rastro de tierra.




Para Historias al Viento

miércoles, 21 de agosto de 2013

Cosas de familia

"¿Quién querría un hermano que usa camisetas con quotes para Alcohólicos Anónimos?", se preguntó al momento de ver en la acera de enfrente a sus vecinos. "Un día a la vez", se leía en la playera de menor de los hermanos que vivían frente a su casa.

Héctor conocía poco a sus vecinos, pues casi no convivía con ellos, pero sabía por sus padres que el mayor era médico recién egresado y el otro era poco menos que un vago que no tenía mucho interés en la escuela. Los observó de reojo mientras entraba a casa; parecía una plática muy animada. En ese momento, pensó que quizás su carácter tan solitario tenía mucho qué ver con el hecho de no tener hermanos; estaba muy acostumbrado a pasar el tiempo prácticamente solo.

"¿Quién querría un hermano" se preguntó, ahora de forma más general.

Ya en su recámara, se dio tiempo para contestarse la pregunta, y después de darle vueltas, decidió que -por primera vez en sus 15 años- deseaba tener un hermano.

Ese no era un asunto que le quitara el sueño, hasta el día anterior, en el que un amigo en la escuela le había cuestionado sobre el tema. No conocía a nadie más que fuera hijo único. Tendido en su cama, repasó sus amistades y conocidos más cercanos, y trató de recordar la forma en que estos se relacionaban con sus hermanos. No para todos había sido una grata experiencia compartir los padres, la casa, la ropa... Miró al otro lado de su habitación y recordó la de su amigo Luis, con dos camas: la de él y la de su hermano. Se dio cuenta de que todo habría sido muy distinto de haber tenido que compartir todo con otra persona, independientemente de haber tenido hermano o hermana.

Nunca le había preguntado a sus padres la razón por la que era hijo único, y no estaba muy convencido de hacerlo porque pensó que tal vez ellos siempre habían deseado pero nunca habían podido engendrar otro hijo.

¿Cómo sería tener un hermano?, era la cuestión que rondaba en su cabeza. Simplemente, no imaginaba cómo sería su vida y la dinámica familiar si hubiera otro integrante.

Con esa idea en mente, se quedó dormido, y cuando despertó de algo estuvo seguro: Compartir era algo con lo que no estaba muy familiarizado.

miércoles, 14 de agosto de 2013

Un acto de amor.

“El amor vuelve idiotas a los hombres”, escuchó decir al sujeto de camisa negra. No estaba seguro si era el mismo que días antes había visto en el estacionamiento del edificio, así que agudizó el oído, tratando de escuchar la conversación que sostenía con el encargado del bar. Dio un pequeño sorbo a la copa de vino y oyó con atención.

- ¿Por qué dices eso?
- Solo un hombre enamorado sería capaz de... semejante acto. Además, todos sabíamos que ellos llevaban una amistad ya de muchos años, y no es raro que hayan terminado en una relación más íntima. Y bueno, finalmente, ya vimos en qué terminó todo. Los dos eran… lo que se dice "muy intensos".

El encargado miró atentamente, tratando de leer algo más en la mirada de aquel hombre que, era evidente, conocía mucho a la pareja en cuestión.

Martínez probó nuevamente su copa de vino y, antes de ponerla sobre la mesa, vio por fin el rostro del sujeto de negro. Era el mismo al que días antes había visto salir del edificio donde Mónica tenía su departamento.

Hasta el momento, todo indicaba que se había tratado de un suicidio, pero Martínez sabía que en los elementos de juicio con los que estaba por cerrarse el caso había un hueco, o quizá varios. 
Para su sorpresa, el hombre de camisa negra se puso de pie, dispuesto a abandonar el lugar. Supo que era el momento indicado para abordarlo, presentarse y hacerle un par de preguntas. 

“A usted lo estaba esperando”, le dijo el hombre a Martínez, después de que este le mostró sus identificaciones. “Siempre quise comprobar si en la vida real también existía el héroe que, por pensar más allá que los demás, terminaba por… digamos ‘salvar al mundo’", ironizó.

Roberto García Hernández -de 29 años- acompañó a Martínez hacia el Departamento de Policía, donde se llevaba a cabo la investigación del asesinato de un joven. Contestó las preguntas que el agente le hizo, y fue arrestado por confesar haber sido el autor intelectual y material del crimen.  Se había enamorado con locura de Mónica y no soportó la idea de que ella fuera feliz con alguien más; no soportó que después de tantos intentos de conquistarla, ella nunca correspondiera a sus sentimientos, y luego de acabar con la vida de su pareja, quiso jugar con las autoridades.

Ya no le importaba perder su libertad; qué más daba, si nunca podría tener a Mónica: se había suicidado horas después de la muerte de su amado. 

"El amor vuelve idiotas a los hombres", recordó Martínez, al ver a Roberto recibiendo su sentencia.  Miró hacia la nada, y pensó en que -tal vez- él no tenía realmente una idea de todo lo que alguien puede hacer por amor. 

martes, 13 de agosto de 2013

Sueño de invierno

Me di cuenta de que finalmente... nada era un sueño.

Estabas ahí, junto a mí. Tan mía, tan besada, tan escrita. En el paisaje se asomaba por encima de ti una ventana húmeda. Fría. Como si faltara una excusa para abrazarnos y no soltarnos. No nos faltaba nada, pues nos teníamos. Yacías cansada pero hermosa. Complacida. No se escuchaba nada, salvo el canto de los pájaros mezclado con el concierto de las gotas que aún no se rendían, hipnotizaban. No podía dejar de mirarte así, tan expuesta, tan soñada, tan dormida. No podía creer que el mundo entero estaba afuera mientras nosotros adentro nos amábamos. Más allá de estar solos en aquella habitación, estábamos juntos, unidos. Te miraba y me preguntaba si estarías soñando o si simplemente morías un poco. Te miraba y miraba la sábana blanca que te cubría, que nos cubrió hasta el momento en que quise contemplarte de lejos para apreciar la totalidad de la obra de arte terminada, húmeda, y que por fuera era fría. Así transcurría el invierno. A eso le llamábamos vida...

Desperté, y me puse a escribir.  


miércoles, 7 de agosto de 2013

Prólogo de un amor

- Tus ojos, la ventana más grande del mundo... 
Lo dijo en voz baja, pensando en esa mirada en donde había descubierto tantas cosas. Estaba ahí, sentado en el pasto, bajo el árbol, como repasando todo lo que había sucedido en los últimos meses. La tarde que caía, era una típica tarde de verano. De pronto se dio cuenta de que ya había transcurrido mucho tiempo, y ya ni eso le extrañaba. Decidió que era momento de regresar a casa. 

La primera vez que la vio, llovía. Iba cruzando la calle, mientras guardaba desesperádamente un libro en su bolso, apresurando el paso. Era una de esas lluvias extrañas de verano en las que de un momento a otro y así de la nada, el sol es tapado por nubarrones, y en unos cuantos minutos la gente se ve sorprendida por las primeras gotas. Ernesto no supo a ciencia cierta de dónde había salido, y mucho menos sabía a dónde se dirigía. Lo único que sabía era que todo el conjunto de aquella escena conformada entre una mujer interesante, lluvia, y libro; le había encantado. 
- ¿Le sirvo más café?
Tuvo un sobresalto casi imperceptible desde su silla en aquella cafetería, su lugar favorito para tomar un buen café con la excusa de escribir, o para escribir con la excusa de tomar un buen café. Era lo de menos. 
- Eh, si, gracias. Gracias, Elena. 
Elena solo se limitó a sonreír mientras le servía su cuarta taza de café. Lo conocía muy bien, puesto que él llevaba ya dos años visitando ese lugar y ella siempre estaba para atenderle sin perder la oportunidad de tener un intercambio breve de palabras más allá del saludo. Era la típica camarera que en determinado momento le daba opinión a algún cliente sobre cualquier tema que este le pusiera sobre la mesa. Ernesto ya lo había comprobado. 
Volvió su vista hacia la ventana pero ya no vio a aquella chica. No tuvo tiempo ni siquiera para pensar en que le hubiera gustado que Elena hubiera llegado con el café unos minutos más tarde. Como por impulso y sin reflexionar en la situación, pidió la cuenta, y en menos de cinco minutos ya iba camino al centro comercial que se encontraba unos metros más adelante. Quería encontrarla, aunque no sabía exactamente para qué. Solo quería encontrarla, quería volver a verla. Había algo en ella que le atraía. La lluvia seguía al mismo ritmo, lenta pero constante. A él no le importaban mucho las pequeñas gotas que le iban cayendo mientras caminaba. Bueno, a él no le importaba en ese momento más que el deseo de volver a ver a aquella mujer. No habían transcurrido ni diez minutos desde el momento en que la perdió de vista. 
- Es una locura.
Dijo para sí mismo de manera agitada por el esfuerzo del andar y la desesperación por avanzar más rápido. Comenzó a pensar en lo complicado que sería encontrarla entre tanta gente además de que la idea del centro comercial no era más que una suposición ya que cuando salió a buscarla no vio ningún rastro de ella. Entró al centro comercial y más de una persona lo miró con extrañeza, cosa que él ni notó. Se le vinieron a la mente muchas posibilidades, porque en ese momento supo que mientras caminaba tenía que ir pensando en qué lugares podría estar y tomando en cuenta que no la conocía en lo más mínimo, las posibilidades eran demasiadas. 
No conocía muy bien el centro comercial y eso hacía aún más complicada su tarea. Se detuvo. 
- Lo único que conozco de ella es que lee, o que por lo menos que estaba leyendo algo. 
Se incorporó rápidamente y fue directamente a la única librería que había ahí. En la que alguna vez, hace tiempo, había comprado un ejemplar de De Profundis, de Oscar Wilde. No era su librería favorita, claro estaba, a pesar de que no estaba nada lejos de la cafetería que frecuentaba, pero Oscar sí era uno de sus autores favoritos. 
No estaba en El Espejo, como se llamaba la librería. Comenzó a desesperarse, a perder la calma. Pensaba que si no la encontraba ese día, esperaba tener la suerte de volverla a ver desde la cafetería en otra ocasión. Hizo memoria de la escena de cuando la vio cruzando la calle, y era más fácil adivinar el rumbo que tomaría que de dónde venía, tomando en cuenta los lugares que había a los alrededores. Se recargó en una pared al lado de la librería. Ya había pasado mucho tiempo entre el "oportuno" servicio de Elena y ese momento. Había mucha gente en el centro comercial. Respiró un poco más lento, como resignándose. En ese momento y sin razón aparente, volteó hacia arriba, al frente. Y ahí estaba. En una mesa, sola. Leyendo. En el segundo piso de aquel complejo comercial justo enfrente de la librería. Se le vinieron a la mente un par de chicas más que en diferentes lugares, momentos, y circunstancias le habían llamado la atención, pero por las que no había hecho gran cosa por acercarse. No como todo lo que estaba haciendo en ese momento por ella. Se dirigió hacia ella, teniendo cuidado de no perderla de vista mientras se dirigía a las escaleras eléctricas y mientras subía en ellas. Llegó por detrás de ella y sin imaginar todo lo que ese encuentro provocaría en los dos, le tocó el hombro. Ella volteó y para asombro de él, no se asustó. Lo miró como quien esperaba un encuentro así desde hace mucho. Lo miró con esos ojos, lo atrapó con esa mirada. Pareció que pasaron minutos desde que le tocó el hombro hasta que le dirigió la palabra, pero no había sido así. 

Habían pasado ya tantas cosas desde aquella vez que conoció a Sandra. Ya comenzaba a oscurecer y él apenas llegaba a su casa. Cuando entró, su madre lo esperaba.
- Hola, ¿cómo les fue?
- Muy bien, mamá
Ambos se miraron y sonrieron. 

Sabía que ella era para siempre. Lo presintió desde el momento en que la vio ahí, esquivando coches, mojada por la lluvia, cuidando que su De Profundis, de Oscar Wilde; no se mojara. En esos ojos había descubierto tantas cosas, tanto de ella como de él. Aquel día jamás lo olvidarían, pues fue el principio de una historia escrita a dos manos que aún no termina. 














viernes, 2 de agosto de 2013

La ventana

Guardo una imagen-recuerdo, de un viaje en camión en donde estoy mirando por la ventana observando cómo la gente pasa y existe, porque decir que la gente vive sería aventurarme demasiado. No todos vivimos, y en ese momento yo solo existía. No sé por qué se me vino a la mente aquel recuerdo. Mi mirada viendo a todos y a nadie. Aquellos eran días extraños, como diría Jim Morrison. Recuerdo que me daba igual si era lunes, miércoles, o sábado; porque de estar trabajando como esclavo a tener ese espejismo de libertad que dan los fines de semana, no había mucha diferencia e incluso era más pesado tener todo el tiempo del mundo para pensar y hacer porque invariablemente terminaba reflexionando sobre mi mismo o trayendo al presente recuerdos de cosas que simplemente ya solo podían ser eso: Recuerdos. En  ese entonces mi rutina la rompía yendo a comprar algunos libros usados y muy baratos, así podía llevarme más. No podría decir que me alimentaba de conocimiento, más bien me alimentaba de reflexiones. Me hacía bien mantener mi mente reflexionando sobre algún tema que haya puesto sobre la mesa Nietzsche, Marx, Hegel, o Kierkegaard. ¿Para qué leer novelas que hablaran de amor y sus enredos? No me seducía en ese entonces el tema, o quizás inconscientemente lo evadía. Por la ventana seguía viendo cómo las personas, las casas y las cosas pasaban muy rápido ante mis ojos. Así se me iba la vida. Han cambiado mucho las cosas por estos rumbos...


A más de 140

Y no, no es que me refiera a que vaya demasiado rápido, y aunque sé que no faltará quien me diga que me tardé en crear un blog, considero que no hay un tiempo correcto para empezar algo y mucho menos tratándose de escribir. Fuimos yo y mis circunstancias las que me llevaron a crearlo y a volver a la expresión libre de límites en el sentido del espacio, como los que hay en el tan encantador twitter. Aquí estoy de nuevo escribiendo como quien escribe una carta, como quien escribe para contar una historia rota o un sueño que se está sembrando. Ahora no hay oscuridad, ni hojas, ni cervezas. ¿Ahora qué hay? Ya lo iré reflejando mientras escriba. No sé a donde me vaya a llevar este viaje, lo importante es que tenemos tinta y muchas hojas en blanco para recordar, para soñar, para crear, y compartir. Agradezco a los que me leen y lamento no poder ofrecerles ni la mejor poesía, ni la mejor prosa, además de que tampoco pretendo llegar a hacerlo. Aquí seré tan libre como mi imaginación y mi memoria me lo dicten.

Estas son mis letras...